Tuve el privilegio de cruzarme con Martín,
un conocedor de vinos y un observador de aquel que busca un vino para un buen beber.
Había decidido esa noche, ya no tomar vino. Había ya elegido y pedido la comida en este restaurante, (por cierto unos parpadeles al malbec que merecen su mención y recomendación) y sin embargo seguía revisando la carta de vinos de principio a fin y de atrás hacia adelante.
Observador como dije se acercó Martín con
sumo cuidado y atención a ofrecer su ayuda, (No dijo SOY EL
SOMMELIER!!!!!!!!! acentuando la diferencia entre un conocedor y un pobre
degustador como yo), todo lo contrario, ofreció sus servicios como desde quién
disfruta lo que hace y respeta a quién está eligiendo lo que será para ese
momento el mejor elixir que pueda beber.
Con cuidado pero con firmeza hizo algunas
preguntas y luego solo algunas reflexiones en voz alta, sin obligarme a
escucharlas pero que bien podrían haber ser dirigidas hacia mí, o hacia
cualquier otro comensal que quisiera escuchar.
Ante este desafío perfecto y picante, cambie mi opinión y decidí beber un buen vino con el plato que ya estaba por llegar a la mesa..... Ahora sí, ante algunas preguntas concretas por mi parte Martín ejerció su arte como un pianista y casi sin que él o yo nos diéramos cuenta me había llevado a elegir un vino del que no me olvidaré muy fácilmente.
Martín es el Sommelier de Francesco, un
restaurante de Mendoza que vale la pena conocer y que en otra oportunidad
será tema de nuestra conversación.

Este vino sabía a cereza y frambuesa,
suave, con perfume floral pero picante y con gusto a madera, (por
cierto dice la bodega que espera 10 meses en barrica de primer uso, antes de
estacionarse en botella).
